En el calor de la campaña electoral los candidatos se embarcan en un duelo de promesas rimbombantes que, en la mayoría de los casos, son difíciles de cumplir o aplicar. Esto no deja de ser, de cualquier manera, un dulce para los oídos de los votantes. En esta última contienda he escuchado desde helicópteros a lo Cops como la legalización del cannabis, pero lo que más atención me llama -por su complejidad de ámbito sociocultural pero atractiva significación progresista- es la del matrimonio gay.
La candidata socialista Susana Villarán es quien soltó la bola de nieve la cual ha ido aumentando a medida que han pasado las semanas hasta crecer de forma desmedida al punto que es uno de los pilares en la que la izquierdista basa su popularidad e imagen de modernista y bacán. No obstante, la realización de dicho proyecto todavía está en pañales, tan verde como su color distintivo.
Una iniciativa de hondo calado e impacto cultural requiere de un proceso natural de evolución en la psicología e idiosincrasia de una sociedad imbuida y habituada a las normas conservadoras del establishment y la tradición católica-romana. En pocas palabras, antes de pensar en matrimonio, ha de establecerse una eficaz y férrea defensa en los derechos igualitarios y antidiscriminatorios que todavía es un flagelo para la comunidad gay.
Desde el mismo nombre: matrimonio, existe un bache por superar. El escollo en mención es que el matrimonio es un mandamiento instaurado en el Cristianismo cuyos preceptos no incluyen la unión entre dos personas de mismo sexo. Es por ello que, para empezar, ni siquiera debería contemplarse llamársele así a esta iniciativa. Quizá una políticamente correcta “unión civil” sea la más indicada.
Aquí las leyes en materia de igualdad de derechos aún no son aplicables en toda su dimensión y los crímenes de odio y abuso son moneda corriente en las denuncias en contra de la Policía y el Serenazgo. Diferentes ONGs manejan cifras pero todas coinciden en que el abuso existe. Dicho esto, antes de pedir la unión de parejas ha de pensarse en la defensa individual de la persona.
Si bien es loable el esfuerzo de ciertas figuras políticas -ya sea por populismo, interés o demagogia- al poner en el tapete la discusión del tema, su trascendencia no pasa de ser un ruido mediático que no llega a ser un objeto de debate nacional como merecería semejante proyecto de hondísima repercusión en la cual sólo unas contadas naciones han sido capaces de capear la dificultad e insertarse en esa órbita liberal y humanista. Perú estaría en ese círculo, casi-casi un privilegio.
Cosas de niños
Mientras que en el Perú ni siquiera se olfatea la llegada de una legislación de defensa abiertamente gay, en el estado de Florida se ha aprobado un caso de adopción por una pareja homosexual por lo que puede significar un cambio de tendencia en Estados Unidos, un país cuya sociedad a menudo lidera la lucha por la igualdad de género.
En la costa oeste, en la ciudad de San Francisco específicamente, se está librando una de las querellas más intensas en las últimas décadas por el derecho de la unión de parejas la cual se ha visto impedida en base de la Proposition 8. Ni siquiera la intervención del actual alcalde Gavin Newsom logró un cambio a favor frente a la cerrada defensa conservadora.
De cualquier manera, Estados Unidos aún se mantiene entre los países con mejor calidad de vida para la población LGTBQ por lo que la prioridad debe ser la inclusión en el Perú de una evolución de juicio y actitud frente a los cambios de los tiempos. Paso a paso y poco a poco para, quizá finalmente, se logre una aceptación clara y sólida para esta caleta minoría.